Contar lo que ves, lo que a veces piensas, lo que en determinadas ocasiones sientes... compartir una parte de tu vida en definitiva. Un blog es como abrir una pequeña ventana a tu entorno. Como dice Luis Rojas Marcos: "Internet es positivo porque nos une, nos conecta. El estar conectado nos prolonga la vida y no solamente añade años a la vida, sino vida a los años". Y Oviedo, siempre.
lunes, 24 de octubre de 2022
¡MARCHANDO UNA DE CALLOS!
¡Marchando una de callos!
Sobre los templos ovetenses del tradicional guiso
24·10·22
Acabamos de dejar atrás una de las tradiciones gastronómicas más arraigadas de Oviedo: el Desarme. Seguro que muchos de ustedes disfrutaron de los garbanzos con bacalao y espinacas, callos y arroz con leche. Un manjar. Pero vamos a centrarnos en uno de los platos del menú: los callos. Cuando mis padres se iban de viaje una temporada y no me quedaba más remedio que ser autosuficiente, nunca faltaba en la despensa una lata de callos de "La Tila". En nuestras salidas montañeras de varios días, y cuando aún soportaba una mochila bien cargada, tampoco faltaba una lata de callos. Siendo niño, recuerdo las alabanzas que recibían los callos que preparaba mi tía Julia en el Pisón, en la Lloral. Me consta, asimismo, el reconocimiento del que gozaban los preparados en el Bar Tuña, en la Avenida de Colón. Y, cómo no, en una ciudad con tan dilatada y afamada tradición hostelera, no fueron pocos los establecimientos que se especializaron en este suculento plato. Acudo a "Hostelería del viejo Oviedo" de Luis Arrones, un texto esencial, y así descubrimos alguno de estos lugares. Entre 1906 y 1943, en la calle Pelayo, estuvo Casa del Rey, casa de comidas, bar y sidrería donde paraban los autobuses con servicio a Noreña y Llanera. Su especialidad, junto con los callos, era la fabada y la tortilla de setas.
En un edificio de la calle Independencia, derribado para la apertura de la nueva vía Ingeniero Marquina, estuvo, desde 1911 a 1961, Casa Patas, un local bastante "desastre" pero con numerosa clientela no sólo de Oviedo. Se llegó a decir, "los mejores callos de España eran los que preparaba Casimira". Según explicaba la propia Casimira y recoge Arrones, "el secreto consistía en buscar los callos de buena calidad. Si no los encontraba en Oviedo, iba hasta El Berrón, Noreña, Pola de Siero… o bien iba encontrando unos de aquí, otros más allá". Para el Desarme llegaba a preparar hasta cien kilos. "¿Se hace usted siquiera una vaga idea de lo es nada más limpiar ochenta o cien kilos de callos? Había que rascarlos previamente para quitarles toda suciedad. Y luego, uno y otro y otro lavado hasta que quedasen blancos como la manteca. Era agotador", narra Casimira. Pero el "secretillo" estaba, además de la buena selección de ingredientes, "en que deben de llevar patas frescas de ternera, manos de cerdo y un refrito con bastante jamón. Y todo ello dejarlo cocer a fuego lento para que no se peguen. Eso es todo".
Otro de los lugares en los que, junto con la merluza a la cazuela, destacaba entre sus especialidades los callos era El Cantábrico. Nació en 1875 como tienda mixta y cantina. Se ubicaba en la esquina de Nicolás Soria y la Avenida de Santander. Fue uno de los principales lugares para comer el Desarme. Curiosamente fue con el Desarme con el que se puso punto final a este local. "Hubiéramos querido cerrar primero o de mantener el negocio hasta estas fechas, haber dejado de preparar el Desarme, pero era tal la cantidad de compromisos que teníamos…". Trasladado al otro lado de la calle permaneció abierto hasta 2009.
Cualquiera de estos establecimientos daría para contar mucho más. Sólo resta para completar estas líneas incorporar aquellos bares, chigres, tascas o restaurantes cuyos aromas, cantares, imágenes y sabores permanecen en sus propios recuerdos. Seguro que en alguno de ellos dieron buena cuenta de unos deliciosos callos que, ahora mismo, estarán regustando.
https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/10/24/marchando-callos-77628751.html
Foto: Bar "El Cantábrico". Cortesía de Santiago López García.
EL PILAR EN PILARES
El Pilar en Pilares
Sobre las fiestas del barrio ovetense y su edición de 1934
11·10·22
Seguro que recuerda su fiesta favorita, esa que retiene en lugar privilegiado en los anaqueles de su memoria. Tal vez la del pueblo de sus padres o abuelos. Quizá la de su barrio. O la semana grande de su ciudad. Pero sea la que fuere, seguro que hay una que, al evocarla, le dibuja una sonrisa. La fiesta que a mí me marcó fue la de Vallobín, Nuestra Señora de los Ángeles, en la primera semana de agosto. Fechas en las que los banderines, los arcos de luces, los pasacalles, los caballitos y las verbenas me hacían vivir una auténtica semana mágica. Casi todos los barrios celebraban sus propias fiestas. Hoy vamos a recuperar las fiestas de Nuestra Señora del Pilar, cuya cofradía había sido fundada en 1916, muy posiblemente como contestación al derribo del acueducto el año anterior. Su presidente fundador fue Aurelio Suárez. Comenzó con veinticinco socios llegando, en sus mejores momentos, a los dos mil. Durante años, se celebraban en el entorno de los Pilares, que, como dice el álbum de las fiestas de 1934, es un barrio "amurallado por grandes terraplenes adornado por el antiguo acueducto que le dio el nombre, y cercado por el camino de ferrocarril, como reptil sudoroso y anillado, que jadea la locomotora, llenando el espacio con el negro aliento de su nariz disforme, mientras los muñecos humanos (muchos, vecinos del barrio), cual chamuscados diablejos, la alimentan y atienden con laboriosidad y esmero". El programa de festejos, de tres días, incluía concurso de bolos, conciertos de las bandas de música de la Residencia Provincial y la Musical Ovetense que "a los acordes de airoso pasodoble se situarán en distinto lugar para amenizar la gran iluminación eléctrica que se celebrará en el barrio con asistencia de gaitero, tamborilero y otros atractivos". La primera jornada concluía con la "elevación de un hermoso globo". Por supuesto, imprescindible en toda fiesta que se precie, el reparto del "sabroso bollo con chorizo y litro de exquisito vino tierra de León o una botella de vino blanco terciado de la Nava". Otro clásico en las fiestas: el partido de fútbol. En este caso "en un campo próximo a la carretera de los Monumentos". Tampoco podía faltar la romería en los campos de San Pedro con las mismas bandas de música, gaitero y tamborilero. Completaban el programa concursos de llave y rana, sorteos de "infinidad de regalos" entre los socios, sorteo de "veinte cartillas de ahorro del Banco Central de esta localidad con la imposición de una peseta entre los socios menores de siete años" y para acabar la tercera jornada, "última iluminación eléctrica en la cual se organizará alguna sorpresa para animación de los asistentes".
Para el antropólogo Honorio Velasco "en la fiesta la comunidad cobra relieve. Las gentes ocupan los espacios comunes y allí, al amparo de sus símbolos materializan su identidad social. Las fiestas movilizan a todos, la participación es general y en ellas se expresa y ejerce la condición de miembro de una comunidad. Posiblemente no haya mecanismo social con tan especial magia de convocatoria y participación. La fiesta hace sociedad o, al menos, crea la ilusión de comunidad".
Así lo viví yo. Y, supongo, así lo habrán vivido ustedes.
https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/10/11/pilar-pilares-77100940.html
miércoles, 5 de octubre de 2022
UN BAR CON SOLERA
Un bar con solera
La Belmontina, un establecimiento histórico en la ciudad
03·10·22
Piensen en el nombre de un bar que les resulte significativo. ¿Ya...? Seguro que no les hizo falta más de un segundo para evocar el nombre de un establecimiento que haya formado parte de sus vidas. Por no escurrir el bulto les diré alguno. La Herradura en Vallobín. Vasos de agua para mitigar la sed en medio de las diarias correrías. De casera de naranja o sifón cuando había alguna peseta en el bolsillo. Primeras partidas a la máquina del pinball. Primera televisión en color en el barrio donde los sábados veíamos los dibujos animados gracias a la infinita paciencia del bueno de Luciano... El Abuelo. Iniciación a la cerveza. ¡Y qué pinchos de tortilla! El Marvi, también en el barrio. Horas y horas de tertulia y reuniones para cambiar el mundo con un vino y, si alguien se estiraba, unas patatas bravas. Ninguno existe. El tiempo, ya se sabe, va cobrando su factura. Pero hay bares que aguantan y han visto pasar ante su barra a multitud de ovetenses. Es el caso de La Belmontina. Uno de los más antiguos de Oviedo, sino el que más. Nació en los años veinte como bar y pensión en la plaza de la Catedral de la mano de Plácido Hevia y Pilar Menéndez, apodada La Belmontina por ser originaria de Belmonte de Miranda. Tras los daños sufridos en la Guerra Civil, se instala en el rincón de la calle del Águila, donde se ubica actualmente, en un lugar que antes había sido la sacristía de la vecina iglesia de San Juan. Hace cuarenta y nueve años tomaron las riendas del negocio los tinetenses Paz Muñiz, Pacita, y Manolo, quien, ya jubilado, y como me cuenta su hija Belén, no falta a su diaria partida de chinchón. Tuve la suerte de compartir un café con Belén y sentir su cariño y pasión por un negocio que regenta desde hace trece años aunque ya desde niña colaboraba con sus padres. Hablar con Belén es sentir que estamos ante algo más que un bar. Ante algo más que un negocio. Entre esas paredes está su vida. Creo no equivocarme si digo que su mayor orgullo es constatar cada día que sus clientes se sienten como en casa. Una clientela fiel que, a su vez, atraen nuevos clientes al contagiar sus propias sensaciones. A ver quién se resiste a la calidad que ofrece en platos tan exitosos como la carne guisada, los callos, los rollos de bonito o los huevos fritos con chorizo. No en vano, como ella mismo reconoce, "La Belmontina es La Belmontina por nuestros clientes. Son nuestros amigos".
Tantos años de historia hostelera en Oviedo dan para multitud de anécdotas y sucesos. Uno de los más renombrados fue el conocido como "crimen de La Belmontina". Sucedió en 1956. Unos clientes jugaban su partida de cartas. En medio de la partida surge una fuerte discusión. Uno de los jugadores, limpiabotas de profesión, sale del local corriendo. Su rival lo persigue y le da alcance en una calle próxima. De un navajazo lo mata. Un episodio que pasó a los anales de la crónica negra local.
En una de sus mesas se reunían habitualmente una de esas tertulias tan frecuentes en años pasados; hubiera dado algo por asistir como discreto oyente y escuchar a Macrino Suárez, Plácido Menéndez Arango, Lorenzo Cordero y José Manuel Nebot.
Pero lo importante es que hoy sus clientes siguen disfrutando de un bar que conserva parte de ese espíritu pasado pero que sigue formando parte de la rica tradición hostelera ovetense. Y por muchos años.
https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/10/03/bar-solera-76686622.html
UN TEATRO MERECIDO
Un teatro merecido
Sobre la construcción del Campoamor, inaugurado hace 130 años
26·09·22
Disfruto mucho mirando fotos antiguas. Reflejan momentos congelados en el tiempo. Rostros anónimos que han quedado grabados para siempre en una instantánea y de los que poco sabemos. Ni su nombre. Ni de dónde venían. Ni a dónde iban. Una cara que, en un juego con el tiempo, propone multitud de preguntas. Y una de las que me planteo cuando veo en algunas de ellas a personas claramente procedentes del entorno rural es qué sentirían al ver, por ejemplo, la Casa Conde, proyectada en 1904 por Juan Miguel de la Guardia. O el edificio del Círculo Mercantil, en Marqués de Santa Cruz, diseñado por Julio Galán Carvajal en 1912. O el magnífico chalet de Hermógenes Olivares o Palacio de Rodríguez Sampedro, obra del arquitecto Aguirre de 1833. No podía ser una mirada indiferente. Supongo que mi abuelo paterno, José, nacido en 1877 en Latores, vendría alguna vez a la ciudad quizá acompañado de mi bisabuelo Fernando Antonio. Imagino que contemplar todos estos ejemplos de la magnífica arquitectura que albergó nuestra ciudad no les dejaría indiferentes. Pero faltaba un edificio que la naciente burguesía local reclamaba: un teatro. El teatro de Comedias de El Fontán era pequeño, húmedo y frío. El 24 de abril de 1876 el alcalde José Longoria Carbajal constituye una comisión para "estudiar con discernimiento la forma y términos en que pueda realizarse la construcción de un nuevo teatro". A tal fin, convoca una reunión de vecinos "para procurar los recursos precisos". La comisión estaba formada, además de por el propio alcalde, por los señores Caicoya, Casielles, Masaveu, Buylla, Polo, Prado, Rodríguez del Valle, Zabaleta y Fernández Ponte. En un primer momento deciden construirlo en El Fontán pero, pese a la inicial acogida entusiasta, decae. El 2 de enero de 1882 la Corporación retoma el asunto valorando "la necesidad de un teatro digno de esta culta ciudad y del gran desarrollo que habrá de tener antes de pocos años. La imposibilidad de que se constituya una empresa para la edificación del coliseo es también palmaria. En tales circunstancias sólo cabe que el Ayuntamiento haga un sacrificio pequeño si se compara con los beneficios que proporcionará a la ilustración y moralidad de sus representados". Después de una campaña para la obtención de fondos se publicitan las bases para el concurso de proyectos con un presupuesto máximo de 300.000 pesetas. Expirado el plazo, el Ayuntamiento recibió de manos del arquitecto municipal, De Bolomburu, un proyecto remitido desde Madrid por los arquitectos Siro Borrajo y Montenegro y José López Salaberry. Tras su examen se concluyó que sumaba "todas las consideraciones científicas y de consideración práctica" por lo que fue aprobado. Pero faltaba un pequeño detalle: la ubicación. Hasta que el nuevo arquitecto municipal, Juan Miguel de la Guardia (siempre esencial) sugirió al alcalde en febrero de 1883 situarlo en la plazuela de Santa Clara, antigua huerta conventual. En mayo, De la Guardia, estaba ya dirigiendo las excavaciones de los cimientos. El 27 de junio, un emocionado José Longoria colocó la primera piedra. Meses de dificultades financieras y algún problema técnico parecían abocar el proyecto al desastre. Pero todo se supera y, a partir de la primavera de 1889, las obras cobran nuevo impulso gracias al empréstito de 200.000 pesetas conseguido por el Ayuntamiento. En la sesión municipal del 10 de mayo de 1890, el concejal Leopoldo Alas propuso que se le otorgase el nombre "del poeta asturiano más ilustre", Ramón de Campoamor, propuesta aprobada por unanimidad. Tras un sinfín de contratiempos económicos, administrativos y legales que daría para otra historia, por fin, el 17 de septiembre de 1892, el Teatro Campoamor abrió sus puertas con una representación de "Los Hugonotes" tras unos días de gran expectación que llevó a los responsables, durante las pruebas de iluminación, a abrir las puertas al público "para evitar conflictos si se persistía en el propósito de sólo permitir la entrada a determinadas personas". A partir de ahí continúa la historia. Lo que sí creo que puedo afirmar es que mis abuelos no tuvieron la ocasión de sentarse en sus butacas y sentir, al subir el telón, lo que muchos sí tuvimos la fortuna de vivir: envolvernos en una burbuja en la que los sentimientos, como un sutil hormigueo, fluyen serenamente regalándonos momentos únicos y las emociones, mecidas por la música, nos ofrecen un mágico e incomparable paréntesis de paz.
https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/09/26/teatro-merecido-75891302.html