lunes, 20 de junio de 2022

INSTRUMENTO DE PAZ

CARLOS FERNÁNDEZ LLANEZA Instrumento de paz Sobre Gabino Díaz Merchán
20·06·22 Enfrento este escrito convencido de su dificultad. Es complejo abordar la trayectoria de una figura tan grande sin caer en reiteraciones. Pero no quiero abstraerme a hablar del que, sin duda alguna, fue un hombre bueno. Sé, también, que es complicado evitar los recuerdos personales; aun banales, no dejan de ser importantes. Mi primer contacto con don Gabino fue el 27 de octubre de 1979. Ese día se inauguró el Centro Parroquial de Vallobín. Una misa multitudinaria en la que un grupo de jóvenes estábamos encargados de repartir las bebidas al final de la calurosa celebración. Como los refrescos se agotaron, cometimos el error de beber vino al que, en absoluto, estábamos acostumbrados. Ni cortos ni perezosos nos dirigimos al obispo para preguntarle su opinión sobre ¡los extraterrestres! Y el bueno de don Gabino nos respondió. No recuerdo bien los detalles de la conversación pero serían dignos de figurar en alguna hilarante y surrealista película de Berlanga. La loca adolescencia es lo que tiene. Dos años después recibí de sus manos el sacramento de la Confirmación, un día importante del que mantengo aún un vívido recuerdo. Años más tarde me correspondió ir a buscarlo, en distintas ocasiones, con motivo de su asistencia a diversas celebraciones en San Pedro de los Arcos. Aquellos viajes me sirvieron para conversaciones breves pero intensas. Siempre recordaré cómo me contó sus vivencias en la dura noche del 23-F. Pocas veces tuve la oportunidad de escuchar una narración histórica tan intensa e interesante de primera mano. Mis inicios profesionales en el mundo de la informática me dieron pie para conversar con él sobre la que, entonces, era una novedosa herramienta en la que fue precursor y un buen experto, afición que compartía con su interés por el mundo de la fotografía. En 1997 acudí a don Gabino para pedirle que prologara mi libro “San Pedro de los Arcos, una historia milenaria”, oferta que aceptó generosamente. Le llevé el borrador y, me consta, lo leyó entero pues me hizo acertadas observaciones y alguna oportuna corrección. Cuando ya tuve el libro en mis manos se lo entregué personalmente y tuvimos una interesante conversación sobre la importancia de que las parroquias se encarnaran en la realidad social de su entorno y, muy especialmente, pude pedirle consejo sobre cómo enfocar el trabajo pastoral con jóvenes. La parroquia de aquellos años, toda aquella tarea, junto con el testimonio de mi padre, fue la tierra buena en la que germinó la semilla de mi, muy mejorable, vocación social y política. Y sobre política precisamente versó nuestra última conversación si la memoria no me engaña. La necesidad de la presencia de los cristianos en la vida política. Don Gabino tenía la virtud de hacer sentir a su interlocutor cómodo. Importante. Así, al menos, me sentí siempre. He leído atentamente todos los elogios que estos días se han escrito. Merecidos. Pocas personas pueden tener el honor de concitar en torno a sí ese unánime reconocimiento. Don Gabino supo estar. Supo hacer suyos los retos y anhelos de esta tierra que le acogió y supo escuchar a todos, independientemente de sus creencias, e impulsó el compromiso de la Iglesia de Asturias en la realidad social, política o laboral de unos años convulsos. Errarán quienes pretendan poner alguna etiqueta política a don Gabino. Simplemente bebía de las fuentes de la doctrina social de la iglesia, bien definida ya en el pontificado de León XIII. Supo captar perfectamente el espíritu que emanaba del Concilio Vaticano II y, sobre todo, leyó, entendió y asumió el Evangelio. Por eso nunca decepcionó. Don Gabino aplicó en primera persona la hermosa plegaria de Francisco de Asís y siempre intentó ser portador de amor, perdón, unión, fe, verdad, esperanza, alegría y luz donde pudiera ver odio, ofensa, discordia, duda, error, desesperación, tristeza o tinieblas. Intentó consolar, comprender y amar más que ser consolado, comprendido o amado. Dando recibió. Perdonando se ganó el perdón y el respeto. Y, finalmente, como concluía “il poverello” de Asís su oración, muriendo resucitará a la Vida Eterna. https://www.lne.es/oviedo/opinion/2022/06/20/instrumento-paz-67451601.html

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