Casos y cosas
Carlos Fernández Llaneza 19.02.2018
Casos y cosas
Casos y cosas. Sí. Como en aquella sección de los tebeos de mi infancia que eran un hilarante cajón de sastre. Porque hoy voy a referirme a dos asuntos que poco tienen que ver entre sí pero que, a juzgar por la extensión y permanencia en el debate público, parece que interesan; a saber: las farolas y el tráfico. Veamos. Por un lado está la controversia en torno a cómo mejorar el tráfico en la zona oeste de la ciudad que, según se mire, sufro o disfruto pues en ella vivo. Unos quieren -legítimamente-, cual moza gayaspera esperando la visita de la tuna a su balcón, una ronda que les endulce no los oídos, sino los tiempos de salida hacia no sé muy bien dónde. Ignoro si los gurús de la materia conocen los flujos de tráfico; es decir: quiénes, cuándo, cuántos y a dónde van. Porque si lo que queremos es ir al centro de la ciudad, la circunvalación, ronda o como la queramos llamar será como tener tos y rascarte el cogote. Y si consideramos excesivo un escaso cuarto de hora en cruzar de la Florida a Pumarín, pues entonces el debate está en otro plano. Parece que ahora la balanza se inclina hacia el estudio de alternativas más realistas y fáciles de ejecutar. Bien está. Si no siempre cabe la opción de solicitar a Fomento -cuyo titular tan dadivoso parece mostrarse do quiera que va- que instale cabinas teletransportadoras emulando los relatos de Edwar Page Mitchell o de Arthur Conan Doyle. O ubicar en las Campas un remedo de la dulce y pizpireta Samantha, la bruja de aquella famosa serie, "Embrujada", que, con unos movimientos de nariz, traslade a los sufridos conductores, en un abrir y cerrar de ojos, a la Corredoria. A ver quién da más.
Y, cambiando de tercio, todo a media luz. Y sin crepúsculo interior. Ni besos a media luz. Ni suave terciopelo alguno de la media luz del amor. Eso se lo dejaremos al maestro Gardel. Pero desde hace unos años sí que la noche ovetense, presidida por esa luz mortecina y un poco espectral, da un poco de canguelo, para qué vamos a negarlo? La eficiencia energética de la profusión farolera que adorna las calles ovetenses es nula. Eso es así. Por eso se están sustituyendo por tecnologías mucho más eficientes. Sin prisa pero, por favor, sin pausa, porque, especialmente en noches de lluvia, no se ve ni para cantar. Pero ahora también el debate está en la calidad de la propia farola. Algunas andan achacosas. Vamos, que están casi podres. Los fabricantes se defienden argumentando que están hechas para durar toda la vida salvo, amigo, en caso de mal mantenimiento. Eso me recuerda a un tendero del barrio que nos vacilaba diciendo que vendía los mejores helados a pesar de que las fechas de caducidad estuvieran de adorno y del persistente aroma a pescado (por eso de guardarlos al lado de las merluzas) Vamos, que no conozco a nadie que hable mal de sus propios productos, ¡faltaría más!. Alegan los fabricantes, además del deficiente mantenimiento, el pernicioso efecto de los orines de los perros locales. ¡Vaya! No quiero ni pensar la altura de los chuchos que lleguen a mexar por encima de las graníticas bases. A lo sumo, puedo imaginar a los canes tumbados panza arriba, apuntando hacia los brazos de las luminarias en viril competición como aquella que en tiempos todos hicimos alguna vez en eso de a ver quien lo avienta más lejos. ¡Qué cosas!. En fin, como doctores tiene la Iglesia, que los técnicos juzguen, pero a mi me da muy mala espina ver el estado en el que se encuentran algunas de las farolas ovetenses.
Lo que sí me sorprende es que entre la col de las farolas y la col del tráfico, no se hable más de la lechuga del centenar de millones de euros de pufos que todos, todos los ovetenses hemos heredado, ¿será lo del calamar y la tinta?
En cualquier caso, lejos de mí ánimo de frivolizar con problemas de actualidad. Pero como diría Horacio: "¿qué impide decir la verdad con humor?". Pues eso.
http://suscriptor.lne.es/suscriptor/oviedo-opinion/2018/02/19/casos-cosas/2240977.html
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