Medio siglo de clases al pie del Naranco
El colegio San Pedro de los Arcos nació en noviembre de 1967 para resolver el problema de la elevada población infantil en la Argañosa, Ferreros y en la falda del monte ovetense
Carlos Fernández Llaneza 04.06.2017
Arriba, una foto aérea de las primeros tiempos del colegio San Pedro de los Arcos, cuyo escudo se reproduce a la derecha. A la izquierda, una imagen actual del centro. LNE
Una de las muchas certezas que, supongo, albergaba Pitágoras era la creencia de que si se educara al niño no sería preciso castigar al adulto. El Talmud judío sostiene que el futuro pende del aliento de los niños que van a la escuela. El porvenir está en manos del maestro de escuela, opinaba Víctor Hugo. Y podríamos llenar esta página con numerosas referencias al papel clave que, desde antiguo, posee la educación. Es, sin duda, la piedra angular. Todos somos fruto, en alguna medida, de esa escuela en la que hemos invertido tantas horas de vida y que, seguro, ocupa buena parte de las estanterías de nuestra propia memoria. Por eso, a nada que cerremos un poco los ojos, están ahí, esperando la oportunidad de revivirlos, montones de recuerdos con olor a tiza. A goma de borrar. A libros flamantes repletos de mil historias a estrenar. A cuadernos que, frescos, impolutos e impacientes, aguardan a ser rellenados con el ansia por crecer y saber. Olor a un futuro que se nos antojaba inalcanzable. Reminiscencias de una infancia tan lejana que aún la tocamos con la punta de los dedos.
En la alacena de mis propios recuerdos guardo también nombres de maestros esforzados en enseñarme a ser lo que fui capaz de ser y que, en su mayoría, ya no están aquí. Atesoro también, evocaciones, casi desdibujadas, de compañeros por orden alfabético. De recreos rebosantes de miradas furtivas y tímidas hacia "ellas". De sudores fríos ante los exámenes. De sentimientos de regocijo en el fin de curso. De pánico escénico cada ver que me enfrentaba al plinto. Del miedo, cuando venían mal dadas, a llevar las notas a casa? Sin que fuéramos conscientes, estábamos cimentando lo que hoy somos.
No recuerdo mucho de lo que estudié, pero sí los nombres de los maestros que intentaron enseñarnos a pensar por nosotros mismos. A respetarnos. Maestros que quisieron inculcarnos el arte de ser felices, de vivir una vida plena. De valorar el esfuerzo para conseguir metas. Quizá eche de menos que no nos hubieran contado más sobre sí mismos. De lo que aprendieron enseñando. De lo que les hizo ser felices. Y lo que les dolió. Me hubiera gustado que nos hubieran abierto sus vidas, no sólo sus libros. Maestros que nos enseñaron el camino con y en libertad. Hoy ya no sé hacer una raíz cuadrada, pero sí recuerdo muchas de esas enseñanzas humanas que nos transmitieron con su ejemplo.
Y en el viejo otero de San Pedro de los Arcos está enraizada buena parte de esa remembranza.
Durante siglos, sus praderas estuvieron ocupadas solo por su iglesia cimera, testigo silente de un Oviedo que, con los años, rompía sus costuras y se estiraba por el valle. Y con su viejo cementerio adyacente, testigo de tantos acontecimientos dolorosos en el turbulento siglo XX. Y un pequeño puñado de casas dispersas en un Oviedo extramuros diametralmente opuesto al que hoy es.
Pero todo cambia. Y llegó el siglo XX. Había que dar respuesta a las crecientes necesidades de escolarización. Y así, según consta en el expediente municipal al efecto: "Con el objeto de resolver el problema existente en la zona de la Argañosa, falda del Naranco, y Ferreros, con elevada población infantil, se redacta proyecto de Grupo Escolar que se emplazará en un terreno propiedad municipal sito en San Pedro de los Arcos, inmediato a la zona destinada a parque infantil". El proyecto, redactado por el arquitecto municipal, Florencio Muñiz Uribe, era la génesis del colegio de San Pedro de los Arcos. Mi colegio. Inaugurado el 20 de noviembre de 1967. LA NUEVA ESPAÑA recogía la noticia el sábado el sábado anterior: "El próximo lunes comenzarán las clases en el grupo escolar San Pedro de los Arcos". Aunque sería una inauguración en precario por falta de parte del mobiliario. Aun así, fue el inicio para seiscientos treinta y cinco niños que integraban la matrícula. Pronto se quedó pequeño. A inicios de los setenta el número de alumnos superaba el millar y fue precisa la ampliación del colegio. Lo mismo que la del patio, colindante con el viejo cementerio parroquial cuya clausura fue ordenada en 1956 "por manifiestas razones de higiene, salubridad y urbanismo". Los trabajos de monda y traslado de restos se concluyeron en 1968 y, por tanto, el alcalde de la ciudad se dirige al Obispado en julio de 1969 para solicitarle "autorización para destinar los terrenos del antiguo cementerio a campo escolar y de juegos del colegio". Cesión que fue aprobada en noviembre de 1970 hasta que en diciembre de 1976, el Ayuntamiento acuerda "adquirir en trámite expropiatorio de convenio amistoso los 1551,85 m2 que estaban cedidos en precario por importe de 1.551.850 ptas.".
El desmontaje del cementerio, imagen archivada en la memoria de muchos que hasta entonces lo utilizamos como prolongación del propio patio del colegio, comenzaba el 8 de febrero de 1971. Y el resto es ya otra historia.
Por tanto, ha llegado nuestro colegio a cincuentón. Y, claro, una efeméride así no se podía dejar pasar sin más. La dirección del centro ha organizado una serie de actos para los días 8, 15 y 16 de junio y de los que se informará convenientemente.
Medio siglo de escuela pública desde el Otero de San Pedro. Medio siglo contribuyendo a educar a tantos miles de niños que hemos pasado por sus aulas.
Escribiendo estas líneas, son tantos los recuerdos que se agolpan que lo mejor será poner el punto final y quedarme con esa sonrisa que, sin darme cuenta, se dibuja en mi rostro.
Fuimos felices entre sus paredes y lo peor es que, probablemente, no lo sabíamos.
http://suscriptor.lne.es/oviedo/2017/06/04/medio-siglo-clases-pie-naranco/2115455.html
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