La casulla de San Ildefonso
Las leyendas en torno a las reliquias
Carlos Fernández Llaneza 29.01.2018 | 03:37Una leyenda es una narración que tiene más de tradicional o maravilloso que de histórico o verdadero. Y así, a lo largo de los siglos, historias y leyendas han corrido de la mano, por miles, desdibujando, oportunamente a veces, donde empieza una y termina la otra. Y de leyendas en Asturias y en Oviedo, vamos bien.
Una de esas leyendas a la que me quiero referir hoy tiene como fondo una casulla, san Ildefonso y Toledo. Cuenta que al amanecer del 18 de diciembre del año 666, se dirigía Ildefonso junto con unos clérigos a la Iglesia mayor de Toledo, situada en el lugar que hoy ocupa la Catedral. Al acceder a la oscura nave, descubrieron que una intensa luz brotaba del altar, sobre la silla del Obispo.
Ante tal prodigio, todos sus acompañantes huyeron aterrados al comprobar que la luz brillaba y se movía con gran intensidad. Ildefonso, impávido, se aproximó al altar y pudo observar que la luz provenía de la Virgen María, acompañada de un numeroso grupo de ángeles que entonaban celestiales cantos.
La Virgen hizo una señal a Ildefonso para que se acercara y éste, arrodillado ante su presencia, escuchó que le decía: "Tu eres mi capellán y fiel notario. Recibe esta casulla la cual mi Hijo te envía de su tesorería."
Y tras haber pronunciado estas palabras, la misma Virgen impuso la casulla sobre Ildefonso, dándole instrucciones de utilizar esta prenda sólo en las festividades a ella dedicadas.
Con las invasiones musulmanas de la península, san Isidoro decide trasladar una importante serie de reliquias conservadas en la Catedral toledana. Entre ellas el "Arca de las Reliquias", llegado desde Jerusalén. El "arca" y otras reliquias vivirían un nuevo viaje al ser trasladadas desde Toledo hasta Asturias, primero, según la tradición, al Monsacro y luego, por orden de Alfonso II "el Casto", a la Capilla del su palacio dedicada a San Miguel, hoy nuestra Cámara Santa.
Entre esas reliquias se encontraba la Casulla y el cuerpo de san Ildefonso, quedando éste en Zamora. El Arcediano de Tineo, Marañón de Espinosa, primer Rector de la Universidad y cronista de la catedral toledana, dice a principios del siglo XVII con relación a la casulla: "Sólo sabemos que quedó dentro del arca, cuando se verificó el reconocimiento oficial de ésta en tiempos de Alfonso VI, la preciosa vestidura que Nuestra Señora trajo del cielo a su capellán san Ildefonso, que no sabemos si fue alba o casulla porque la cédula no decía sino vestimento sin declarar más".
A partir del siglo XVI constan numerosos peticiones del arzobispo de Toledo al cabildo ovetense con el fin de recuperar la casulla.
Pero la casulla nunca regresó a Toledo. Se decía que estaba escondida en la bola que sirve de base a la cruz que corona la torre de la catedral. También se creyó que podía estar escondida detrás del retablo de la capilla de San Ildefonso, capilla que fue destruida durante la revolución de 1934, pero tampoco. También se contaba que podría estar oculta debajo del arca santa. Pero la casulla nunca apareció.
A finales del siglo XVI, el jesuita Sebastián Sarmiento habla de la casulla al padre Francisco Portocarrero en estos términos: "un cendal de color de cielo en forma de un capuz portugués, tan grande que pudiera cubrir al hombre más alto que hay en España, sin textura ni costura como una tela de cebolla, tan delicado y sutil que con solo el aliento que respiraban se hinchaba como una vela cuando le da recio el viento. Y volviéndola a doblar como estaba, la recogieron en su cofrecito, juramentándose todos que no habían de decir nada a nadie, si no era habiendo salido veinte leguas de Oviedo, y así lo cumplieron".
Historia y leyenda. ¿Viajó la casulla a Oviedo? Tal vez. ¿Se encontrará por algún arcano recoveco catredalicio? Quién sabe. Donde sí la pueden ver es una talla en el altar de san Juan Evangelista de nuestra Catedral.
Pero la histórica casulla quizá sólo existiera en esa memoria imaginaria colectiva de tantos miles de peregrinos que, movidos por una fe irreductible, caminaban infatigablemente hasta la Sancta Ovetensis para postrarse ante el Salvador y ante esas reliquias, misterio que les sobrepasaba y que ejercía sobre ellos un irresistible influjo. Un atrayente faro que daba sentido a las penurias del peregrinaje y, acaso, a sus vidas.
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