Veinticinco años de ausencia
En recuerdo de Enrique Quirós Montes, fallecido junto a su familia en un accidente en 1989
26.11.2014
Carlos Fernández Llaneza
Hay momentos en la vida que hielan. Un sólo instante. Un mísero segundo que hace que el tiempo se congele. Que el futuro se pare. Que todo lo que fue ya no pueda ser. Un segundo, un maldito segundo... Aquella tarde de sábado tenía guardado uno de esos momentos de hiel. Y sí, en un segundo ya nada fue igual. Tere y Quique, sus hijos Pablo y Juan, y Antonio volvían a Oviedo; pero el destino, el azar, un instante de mala fortuna o a saber qué, todo lo truncó. Era el 25 de noviembre de 1989 y la noticia, aun en aquellos días sin móviles, corrió como bien saben correr este tipo de noticias. Tere, Quique y su hijo Pablo habían muerto en la entrada de Oviedo, allá por Santa Marina. Juan, recién asomándose a la vida, luchaba en la uci pero, como si no quisiera quedarse solo, también se fue con sus padres y hermano. Antonio se quedó unos años, supongo que para enseñar a los suyos y a los que merodeábamos a su alrededor lo que es un ángel. Han pasado muchos años, sí, pero es imposible olvidar los sentimientos hirientes de aquella tarde funesta. La vida es a veces difícil de entender. La muerte aún más. Mucho más. Sus familias supieron conservar muy vivo el fuego de la esperanza y de la fe, y eso, supongo, hace que el dolor, si no menos, se atenuara ligeramente.
Quique era el jefe del servicio de Parques y Jardines del Ayuntamiento de Oviedo y con él mucho discutía sobre este aspecto. Creo que compartíamos la visión de que las zonas verdes de un municipio son mucho más que meras áreas ornamentales y, más bien, son imprescindibles para que la ciudad sea más amable, más habitable, más humana, más sostenible, más saludable; en definitiva, mejor ciudad. De aquellos años datan proyectos como el parque Pura Tomás, el área recreativa del Naranco, antes campo de tiro militar, los inicios del acondicionamiento del Parque de Invierno, el parque de La Monxina -desde entonces llamado Enrique Quirós Montes de Oca en su memoria-, la pista finlandesa, el parque de San Pedro de los Arcos o el de Tudela Veguín.
El despacho del palomar del Campo San Francisco, al que me encantaba asomarme de vez en cuando, quedó por aquellos días con un extraño vacío; eso sí, su tarea fue muy acertadamente continuada por Juan Carlos Menéndez. El vacío que dejaron entre su familia y amigos..., eso, es otra historia.
Si lo que decía Cicerón de que la vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos, su recuerdo, tan vivaz aún veinticinco años después, comporta entonces que, en cierta forma, permanecen aún entre nosotros.
Y así es.
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