El Otero
Sancta ovetensis
La catedral de Oviedo y su papel como testigo de la ciudad
18.06.2014
Carlos Fernández Llaneza
Hay puertas que al cruzarlas es como entrar en otro mundo. O en otro tiempo. Como si los parámetros cotidianos del tiempo y del espacio se distorsionaran tensados por fuerzas extrañas e indomables. Es lo que me ocurre cuando cruzo la de nuestro templo catedralicio. Su atmósfera, su silencio, su luz, su olor, su ser, su historia, su magnitud me sobrecogen. Y tal parece que percibiera el sentir de los miles de ovetenses que, a lo largo de los siglos, se llegaron hasta esta Santa Iglesia Catedral Basílica Metropolitana de San Salvador de Oviedo con sus penas, miedos y esperanzas, a descansar sus muchas fatigas en la "kathedra", silla que a todos debe acoger y abrazar. Y el de peregrinos que, llegados de remotos lugares, venían, movidos por la fuerza motriz imparable de su fe ancestral, a postrarse ante la figura del Salvador y a venerar las reliquias custodiadas en su Cámara Santa, Sancta Sanctorum ante el que no se hacían preguntas y, simplemente, se dejaban sobrepasar por lo ignoto e inabarcable de un misterio secular. Devoción y fe. Tradición y costumbre. Historia y leyenda se dan la mano a través de un tiempo que, hoy, quiere alejarse de días en que Oviedo era una ciudad sometida al gris de sombras levíticas.
Los tiempos mudan, siguen llegando peregrinos, claro que sí, que se mezclan con turistas, estudiosos del arte y de la historia, con curiosos... Pero estos centenarios muros siguen guardando, intacto, el frescor de lo misterioso. Entre los cientos de turistas que transitan sus oscuras soledades, vaga aún el espíritu de esos ovetenses de fe inocente e incondicional que se asomaban, inquietos y curiosos, a la Cámara Santa, henchida ahora de luz y claridad recuperada.
Los ovetenses de hoy tenemos la oportunidad de seguir admirando y sintiendo nuestra catedral y no dar la razón a Antonio Pérez y Pimentel, que en su obra "Recuerdo de Oviedo" de 1926, se lamentaba de que "apena el ánimo ver cuán pocos se dan cuenta de los tesoros artísticos, religiosos, históricos que la Santa Basílica encierra cuidadosamente guardados".
Disponer de una tarjeta que da acceso ilimitado a todas las zonas visitables con audioguía y participar en los eventos culturales que se lleven a cabo es factible por ocho euros anuales. Dejando al margen lo conveniente o no de pasar por caja para la visita, puede ser una buena oportunidad para acercarnos a esa parte intrínseca de nuestra propia historia, conocerla y experimentarla como algo esencialmente propio. Que generaciones futuras de ovetenses perpetúen la admiración hacia ese "poema romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne". Y que siglos venideros puedan entroncar, de alguna manera, con la inspiración de Fruela I que en un momento de su reinado (757-768) fundó una basílica bajo la advocación del Salvador en un lugar ya denominado Ovetao y que recoge el texto de una de las dos inscripciones fundacionales de la catedral erigida por Alfonso II, donde alude a la fundación precedente de su padre: "Quienquiera que contemples este templo, honrado por el culto de Dios, conoce que antes que éste, hubo aquí otro, dispuesto del mismo modo, que fundó el príncipe Froila suplicante al Señor Salvador".
Los ovetenses de hoy somos el fruto y el resultado de una narración que a lo largo de siglos se ha ido desarrollando en torno a esa torre "arrogante y atrevida" como la definiera Canella. Historia de pequeñas historias.
Y orgullo de esa memoria.